Monday, March 21, 2005

El Espejo

Acababa de dar sus primeros pasos y tenía esa curiosidad innata de un ninyo queriendo saber qué había más allá de lo que él alcanzaba a ver. Pero era solo un ninyo, y había cosas que no comprendía, es más, había cosas que ni siquiera sabía que existían. Y él era feliz en su micromundo, con sus juegos de ninyos, sus fantasías, sus especulaciones sobre qué se escondía por encima de su mirada.

Se ha dirigido al lavabo y ha descubierto algo nuevo. Ilusionado, ha visto su corto flequillo reflejado en el espejo. Como quien ha encontrado una ruta secreta en una isla desierta, ha intentado investigar y se ha subido a la taza del retrete para ver su rostro entero. Qué alegría. Siempre había querido saber cómo sería su cara reflejada en ese espejo. Ahora ya lo sabe.

Como cada día, se mira en el espejo; por las manyanas, justo después de levantarse suele tener una cara horrible. Recuerda el primer día que vio sus ojos ante el espejo. Reflejaban ilusión. Ahora tiene ojeras. Y granos, que intenta rebentarse con sus finos dedos. Y cada día igual: ojeras, acné, espinillas, cicatrices. El reflejo de una historia llena de imperfecciones.

Y al día siguiente verá cómo empieza a perder pelo, y como se le va blanquenado el que le queda. Y empezará a notar las arrugas en la frente, y las manchas en su cutis. Y verá con cada vez más resignación sus propios defectos. Y pronto ni siquiera podrá verse reflejado sin la ayuda de sus gafas. Y nunca verá más esa armonía en sus ojos, la ilusión se fue perdiendo a medida que el espejo se hacía viejo. Ya no tiene esa esperanza que de joven tuvo. Ni la pasión por vivir. Y todo por ese espejo, el maldito espejo que refleja el paso del tiempo.

A menudo piensa qué pasaría si no existiera ese espejo en su lavabo.

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