Friday, July 07, 2006

Aparentemente

Las personas con poco dinero viajan con Ryanair. Las personas con casi nada de dinero viajan en coche compartido. Las personas pobres y gilipollas viajan en coche compartido con gente desconocida. Las personas pobres y completamente gilipollas lo hacen dos veces. Yo pertenezco a este último grupo de personas.
Se baja un tipo con una cicatriz que recorre todo el lado derecho de su cara, gafas de sol, botas de cuero y coleta al viento de un Skoda Octavia de cristales tintados. Sólo le falta la funda de la guitarra para acojonarme del todo. Nos metemos en su coche. 20 € por un viaje de unos 600 kilómetros. Seguramente saque algo más vendiendo nuestros órganos por fascículos; de todos modos, yo ya me he hecho a la idea de subsistir el resto de mi vida sin ojos y sin hígado.
El coche da un poco de pena; está más sucio que el wáter de mi casa. Me pongo un ápice nervioso [...]
Para mi sorpresa, nos cuenta que es doctor, que curra 70 horas a la semana, y que acaba de tener una hija. Creía que los doctores tenían expresamente prohibido criar pneumococos en el asiento de atrás de sus coches. Finalmente, resulta ser un conductor amable, responsable, precavido y con conversación. Nos hacemos colegas y dice que nos llamará para irnos de excursión con su familia [...].

Fin de semana de relax y vuelta a la ciudad de origen.

Esperamos en la estación de tren a un tal Alexander. Se acerca un Audi deportivo negro, con música de Zara. Ése es nuestro hombre. El tipo es uno de aquellos encantado de haberse conocido. Nos muestra su simpatía, suelta algún chiste malo y nos reímos. Dice que es arquitecto, pero que en realidad curra más bien poco, porque si tiene dinero, para qué ganar más. Que se va a China de vacaciones cada año. No suena convencional, pero a mí me la suda lo que haga con su vida. Todo hace suponer que va a ser un plácido viaje. [...]
¡MEENTIRA!
En cuanto empieza la autopista, el tipo no baja de 200 km/h. Incluso puedes verle a los mosquitos los ojos que se les salen de las órbitas justo antes de estamparse contra el cristal. La velocidad me puede, y lo paso muy mal. El tipo se come un bocata con las dos manos mientras va por el carril izquierdo a 220 km/h. La estupidez supina también me puede, y lo paso fatal. Intento concetrarme en otra cosa, como en el maletero tapado del coche, donde no nos ha dejado poner nuestras maletas porque nos dijo que estaba lleno de herramientas. No para de mirarme por el retrovisor con una mirada perversa.
No puedo parar de pensar en películas de psicópatas de serie B donde Charles Bronson siempre es el héroe.
La adrenalina tiene montada una fiesta rave en mi cerebro. Por favor, que no venga a rescatarme Charles Bronson. Antes prefiero la muerte. Bueno, antes prefiero que me rescate Batman, y que me deje usar su traje. Bueno, mejor no, que tiene que estar todo sudado. Y seguro que Val Kilmer se mea dentro, como si fuera un traje de neopreno. Entre estos pensamientos freudianos, resulta que llegamos a la ciudad. 600 km: 3 horas y media. El Batmóvil fijo que va más lento.
Nos despedimos, dice que encantado de habernos conocido, y le digo que suputamadre. Dos cosas: primero, que las apariencias engañan. Segundo, la próxima vez en tren-litera.

2 comments:

Eulalia said...

TE COMPRENDO.
En el año '69 me recorrí Europa en autostop. Al menos un 18,33% de los que nos paraban - iba con mi novio - estaban locos. Y, en efecto, casi nunca coincidía la imagen con la verdad.
No aprendimos: continuamos viajando de ese modo hasta que tuvimos al chiquillo (con él, la sillita, la bolsa de los pañales, el calientabiberones, y demás, ya no era plan).
¡Ay!

Eulalia said...

Meirin, hijo, a ver si te quitas de encima la vagancia y escribes otra cosa. Ya sé que, con esta calor..., pero es que...