Saturday, April 14, 2007

Il Panderino II

Mi relación con la mafia italiana comenzó a fraguarse mucho antes de irme a vivir con ellos. Yo vivía con el tío Pete, un borracho viejo verde que habitaba en un caserío a las afueras de la ciudad. Pete realquilaba habitaciones a estudiantes por una módica cantidad. Lo que el anuncio no decía es que Pete se paseaba en calzones por toda la casa, bebía a morro de la leche que tú comprabas y te obligaba a ayudarle en las tareas de mantenimiento de sus terrenos.

Cuando conocí a Davide yo estaba sudado por haber acabado de podar los árboles del jardín de Pete. Se presentó como mi nuevo compañero de cuarto. Davide me enseñó todo lo que sé sobre Italia: que un antipasti no es un radical en contra de los macarrones, que el secreto está en la masa, y que –como yo ya sospechaba- Rafaella Carrá había hecho un pacto con el diablo desde un plató de la RAI, aquí, en directo.

Yo le ayudé a diferenciar a Calamaro de Coti, a manejar un cuchillo jamonero y le recordé que por mucho que en inglés se escriba “the end”, jamás de la vida se lee “te eeende”. Hicimos buenas migas. Tanto, que planeamos una estrategia en tocata y fuga para escapar de los abusos del tío Pete. El plan que ideamos era sencillo, pero necesitábamos la ayuda de otra persona. Fue entonces cuando Davide me presentó a Guido, el italiano que si hubiera jugado la final del Mundial de fútbol, le hubiera hecho la raya en medio a Zinedine Zidane. Mientras Davide y yo estuviéramos cortando leña, Guido llamaría a la puerta haciéndose pasar por vendedor del Venca. Aficionado como era Pete a usar toda clase de cosméticos para darle brillantez a su calva, estaba claro que no dudaría en probar el nuevo tratamiento con sobrasada (algo que en aquel país extraño desconocían) que Guido le ofrecería. Mientras él le untara la sobrasada en el cabezo, nosotros aprovecharíamos para recoger nuestras cosas. Guido le diría que tenía que darse calor para que el elixir surtiera efecto y le haría meter la cabeza en el microondas. Entonces, en el minuto que durara el presunto tratamiento, Guido se uniría a nosotros y huiríamos. No podía fallar.

El día en que Pete entró en la cocina con un manillar de bici preguntando quién coño había puesto aquello encima de su cama entendí que aquello era la señal. Era el día en que tocaba fugarse. El plan no salió todo lo bien que esperábamos porque se conoce que Pete ya había metido en el microondas su cabeza untada en Philadelphia con resultado desfavorable. De todos modos, nuestras bicicletas esperaban a la vuelta de la esquina con las alforjas repletas de ropa de abrigo y bocadillos para el viaje. Salimos corriendo, nos montamos en ellas y comenzamos a pedalear con Pete en calzoncillos y lleno de sobrasada pisándonos los talones. Pero de repente oí un agudo ¡aúuuuuuuua! No cabía duda, se trataba del timbre de la bici de Davide. Tenía problemas. Miré hacia atrás y allí estaba él, ajustándose el sillín. Di media vuelta y, mientras Guido le bajaba los calzones al tío Pete, yo –en una décima de segundo y equipado con la llave Allen que desde entonces llevo colgada al cuello a modo de rosario- ayudé a Davide a colocar el sillín, engrasar la cadena, ajustar el retrovisor, revisar los frenos y acomodar la bocina con forma de patito de goma en el lado derecho del manillar. Fue entonces cuando pudimos pedalear con todas nuestras fuerzas hacia la gran ciudad y escapar así del poder opresor rural. Por el camino, ya más relajados, Guido me confesó que se había quedado sorprendido al verme haciéndole la ITV a la bicicleta de Davide. Me preguntó también si sabía lo que era una cesoie y si tenía trabajo en la ciudad. Y como Pete se había quedado con toda mi ropa interior y mi dinero, acepté encantado entrar en su negocio por unas pocas perras, aunque no supiera de qué cazzo me estaba hablando.

3 comments:

Unknown said...

Todo eso le hiciste a la bici mientras te perseguía? y no te dio tiempo a darle una capa de cera? jeje. Estoy esperando la 3ra parte!!!

Anonymous said...

Joder que bueno...
La unica duda que tengo es como coño puede meter la cabeza en el microondas... es que en el mio hay que cerrar la puerta para que funcione, pero lo de la sobrasada y el philadelphia buenisimo xD
Soy la otra anónima, la de la reflexion sobre Heroes, hoy doy un poco más la cara.
Me sigue encantando tu blog =D

Anonymous said...

Eso es mentira. No sirve la misma allen para el sillín que para la bocina-patito. A no ser que sea una de esas llaves autoajustables que venden los coreanos que se hacen pasar por chinos...